A los 6 años, Tadashi ya comprendía que no era como los demás niños. No tenía una madre que lo abrazara ni un padre que lo protegiera. En lugar de jugar, solía caminar solo por el bosque, siguiendo huellas en la nieve o recogiendo ramas caídas. Su curiosidad lo llevaba a lugares que otros evitaban, como los oscuros pantanos o las ruinas de una vieja fábrica soviética. Su mundo estaba lleno de preguntas: ¿Quién era mi padre? ¿Por qué mi madre murió por mí? ¿Por qué nací?

En ese ambiente hostil, conoció a Sergei "El Cuervo", un joven mayor que controlaba a los chicos del orfanato como si fuera un pequeño jefe de una pandilla. Sergei notó algo especial en Tadashi: una calma fría que intimidaba más que los gritos. Fue Sergei quien le enseñó las primeras reglas de la vida en las calles: "Nunca muestres debilidad, nunca confíes en nadie y, sobre todo, nunca dejes que te humillen".

A veces, en las noches tranquilas, toca una vieja armónica que lleva consigo desde su adolescencia. Es su única conexión con el niño que alguna vez fue, el que buscaba esperanza en el silencio de los bosques.
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